Pensando en el dolor y la salud

Publicado en marzo de 2011 en Yoga Therapy Today

 

Mucha gente viene a clases de yoga porque tienen algún tipo de dolor y quieren aliviarlo. Lo que no tienen en cuenta es que atajar el dolor a través de la práctica del yoga conlleva mucho más que hacer sólo estiramientos con nuestro cuerpo.

En el taller de Las Bases del Yoga Terapéutico que impartí en Kripalu el pasado verano,  trabajé con un grupo muy diverso de nueve participantes de todo Estados Unidos. Tenían fusión espinal, artritis reumatoide, la enfermedad de Crohn, ciática y los típicos dolores y molestias que vienen con el curso de la vida.

La mayoría de ellos había ido a muchos médicos, seguido diversos tratamientos y al final se quedaron insatisfechos. Recurrieron al yoga una vez alcanzados los límites de la ciencia occidental. Todavía hay nociones convencionales sobre la salud que están engranadas y unidas profundamente a una ideología alopática de la que es difícil escapar, especialmente sin un modelo o un marco de referencia alternativo.

Todos los participantes asumieron que el “yoga terapéutico” significaba que ellos me dirían sus síntomas y yo les prescribiría posturas. Aunque el yoga terapéutico es útil para aliviar el dolor y proporcionar salud, en mi experiencia, las posturas no actúan como pastillas.

Una orientación terapéutica en la práctica del yoga no significa necesariamente que veamos la curación desde una perspectiva científica. Un participante me desafió citando un estudio de investigación que leyó y mostraba cómo hacer torsiones ayuda la digestión; por lo que sugirió que el conocimiento de anatomía y fisiología era la clave para hacer que el yoga sea terapéutico.  

Yo destaqué que la práctica del yoga ha estado ayudando a gente mucho antes de que hubiera estudios científicos al respecto. Las posturas no tienen ningún poder curativo inherente por sí mismas, son vehículos para una fuente de curación que vienen de dentro y que es inherente a la vida.

El grupo era escéptico. Venían a por respuestas empíricas y yo no les estaba dando ninguna. Les expliqué que hay, esencialmente, cuatro acciones que realizamos con nuestros cuerpos en una práctica de yoga: flexiones hacia adelante, hacia atrás, a los lados y torsiones. Si tu práctica contiene estas acciones y se realizan correctamente, entonces recibirás potencialmente los beneficios de su práctica, incluyendo una mejor digestión. Las analicemos desde una perspectiva científica o no, el resultado es el mismo.

La atractiva sugerencia de que algo especial como una variación más complicada de una torsión podría, de alguna forma, ser más potente, más placentera; o que un profesor con un conocimiento más amplio de anatomía y fisiología pudiese tener el poder de curar a la gente con posturas, son ejemplos de una mentalidad muy arraigada. Si se tratase solo de evaluar casos anatómicos o psicológicos y aplicar la manipulación correctiva correspondiente entonces, seguramente, la medicina basada en la ciencia habría establecido ya protocolos efectivos.

Continuamos nuestra práctica y discusión durante muchos días más y empezamos a identificar maneras para que la respiración y los ejercicios de movimiento puedan ser utilizados para establecer patrones útiles de pensamiento y comportamiento. La atención se desplazó desde los aspectos técnicos de poses a la experiencia de la práctica y la conciencia de lo que sentimos. El énfasis se puso sobre la regulación de la respiración (ujjayi pranayama) y en encontrar una cantidad de esfuerzo comedida que se pueda soportar y disfrutar. Cuando fue necesario se hicieron modificaciones individualmente.

Compartí con el grupo que yo mismo podía hacer que mi cuerpo fuera más fuerte y flexible, aprender alineación en las asanas y conocimiento concretos de anatomía y fisiología, y aún así sufrir mucho dolor y sentirme miserable en la vida igualmente. Más que nada, la clave de hacer que mi práctica sea genuinamente terapéutica estriba en mi perspectiva.

Al aceptar la muerte de mi madre y cultivar el sentido del valor inherente de la vida, mi razón para practicar yoga cambió. Descubrí que el cómo y el por qué de mi práctica es lo que influye sobre la eficacia de las técnicas.

Al compartir los detalles de mi investigación personal en yoga, animé a los participantes a hacer lo mismo y, como nuestro tiempo juntos estaba a punto de acabar, se derramaron lágrimas y nuevas perspectivas se forjaron.

Cuando volví a casa de Massachusetts, descubrí que mi hija de 6 meses le estaban comenzando a salir los dientes. Ser testigo de su malestar sin poder ayudarla de ninguna manera era, cuanto menos, difícil. Eso me dio que pensar sobre el dolor y cómo utilizar mi práctica para aplicarlo en mi propio cuerpo. Sobre todo, en mi cadera derecha.

En mis primeros años de práctica, llenos de exultante juventud y una instrucción equivocada, me hicieron propenso a la hipermobilidad y a la inflamación. A veces parece originarse desde el ligamento sacro ilíaco, a veces pienso que puede que sea un tejido gastado que conecta con la cavidad de la cadera. Cuando se inflama, el dolor puede extenderse por toda la pierda hasta el pie y puede debilitar mucho.

Consideré la opción de hablar con un médico sobre esto pero nunca lo hice. Cuando me hice el último examen físico, no me estaba molestando mucho y mi médico pareció impresionado pues al tenerme como un ejemplo de buena salud no me molesté en mencionarlo.

Intuyo cuáles son las pruebas que me hubiera hecho y estoy convencido de queno me hubiera dado respuesta definitivas. Las resonancias magnéticas no pueden deshacer el maltrato que ha sufrido mi cuerpo para conseguir la alineación y la autorrealización, tampoco pueden hacer nada para hacer frente a las implacables exigencias de ser el único propietario de un centro de yoga y un recién consagrado papá.

No puedo evitar pensar que si tuviera tiempo y recursos suficientes para ocuparme de mí mismo como es debido, mi cadera se curaría y el dolor se podría minimizar si no quitar por completo. Pero a menos que caiga del cielo una maleta mágica con dinero, no hay forma de saberlo.

Lo que sí sé es que cuando estoy fatigado y el dolor persiste, empiezo a cuestionarme si mi cuerpo puede curarse por sí mismo y me pregunto si necesito una intervención de fuera para “arreglarme”. El impacto emocional del dolor crónico causa dudas incluso en la más fuerte de las constituciones. Qué terrible ironía que una de las consecuencias del dolor sea el hundimiento de la moral, la cual es vital para la curación.

Mi único recurso en estos casos es hacer una evaluación honesta de las circunstancias que rodean mi malestar, llevar a cabo las acciones previstas para aliviar la situación y, sobre todo, afrontar la dificultad con sentimiento maternal. Muy fácilmente el dolor se convierte en enemigo de nuestros cuerpos.

Uno de mis profesores sugirió que el dolor es curación. Si aceptamos esta premisa entonces el dolor persistente indica que la curación se está dando incluso bajo condiciones adversas continuadas. Según esta lógica, la curación llega a buen término y el dolor disminuye cuando las condiciones son favorables. Así lo expresó el doctor Dean Ornish en su discurso clave en SYR 2010 cuando habló de cómo pequeños cambios en nuestro estilo de vida pueden causar un gran impacto en nuestra salud.

Se tiene la idea equivocada de que la salud equivale a la ausencia de dolor. No es así. Es cierto que es posible estar en una terrible situación, lleno de dolor, y aún así afrontar la situación de una manera saludable. Mi hija está perfectamente sana y aún así experimenta dolor. Que los humanos experimenten una cantidad determinada de dolor para que los dientes nos crezcan y podamos comer y ser alimentados es la prueba de como el dolor se integra en nuestra existencia.

Dado el, a menudo, caprichoso giro de los acontecimientos y las innegables realidades de nuestras vidas, cierta cantidad de dolor es inevitable. Por lo tanto, tengo que pensar en mi salud como un proceso por el que consigo manejar el dolor que la vida trae inherente. Cuando mejor consiga manejarlo, más sano estoy. Poniendo especial atención a la activación de mi respiración y mi cuerpo como un medio para aliviar el malestar físico y establecer patrones de pensamiento y conducta constructivos es inmensamente útil en este sentido.

Más que simplemente aliviar síntomas con posturas o explicaciones científicas de cómo las posturas pueden abordar los problemas en nuestro cuerpo, el yoga terapéutico implica respetar la innata inteligencia y capacidad de curar del cuerpo humano. Nuestra habilidad para recibir los beneficios terapéuticos de la práctica del yoga está supeditado a este fundamental concepto.